viernes, 26 de noviembre de 2010

Sueños de la razón y delirio poético

Será el clima de campaña electoral en Cataluña o quizás comí demasiado chocolate. El caso es que tuve uno de esos sueños alucinógenos en los que te encuentras súbitamente en concierto o soltando un mitin.

Me encontraba yo de madrugada inmersa en plena arenga contra el independentismo argumentando que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible y que hay posiciones que necesariamente excluyen otras y que el conflicto es inevitable, como en esa rima de Bécquer, afirmaba yo en mi discurso, primero elocuente y luego balbuciendo, ya saben ustedes… las olas, las rocas… , esto…, como era, el huracán … y aquí empecé a gesticular y finalmente dije que se estrellarían y nos tocaría hacer de roca. Y aquí me paré porque no podía articular los versos por más que me esforzase, o esto me parecía a mí, en recordar las palabras… y en mi sueño salía un faro y yo era Kim Novak en la película Vértigo, entre el faro y las rocas.

Y me desperté y recordé la primera estrofa y el resto conjuré con la ayuda de Google.

Tú eras el huracán, y yo la alta
torre que desafía su poder.
¡Tenías que estrellarte o abatirme!...
¡No pudo ser!

Tú eras el Océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén.
¡Tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!

Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
una a arrollar, el otro a no ceder;
La senda estrecha, inevitable el choque…
¡No pudo ser!

En fin, supongo que hay pesadillas peores… o menos poéticas.

viernes, 15 de octubre de 2010

¿Qué es Arte?

Aunque llevo tiempo buscando respuestas a esta dificilísima pregunta y me había propuesto leer aplicadamente durante las vacaciones la clásica antología de Alexander Sesonske, a ver si sonaba la flauta y daba con alguna luz al respecto, mi reprobable pereza y vergonzante diletantismo me impiden llegar a conclusión alguna y sigo navegando sin rumbo por las oscuras y procelosas aguas de mis lagunas, o mejor dicho, océanos, de ignorancia artística.

Soy absolutamente incapaz, por ejemplo, de justificar los motivos por los que decidí gastarme unos ahorros en comprar esta foto de Richard Avedon, titulada "Dovima con elefantes", realizada en 1955 para la casa Dior. No tengo especial interés ni por los animales ni por la moda y ni siquiera puedo contemplar la imagen sin evocar proustianamente una mezcla olorosa del espantoso tufillo de los elefantes del zoo de Barcelona con algún mareante perfume francés almizclado, ambos aromas en alarmante contradicción con mis preferencias olfativas a base de cítricos, té verde o lavanda.

Pero tenía que comprar la foto. Quizás el resorte de mi irresistible impulso dilapidador tenga que ver con la composición, el contraste, la elegancia de la modelo, por la gracia con la que los elefantes levantan las patas, qué se yo. De todas formas, ¿sería ello justificación suficiente para mi capricho? Y si no lo fuera, ¿por qué debería dar explicaciones a nadie?

Constatada mi absoluta incapacidad de encontrar respuestas satisfactorias a mis terribles inquietudes, me limitaré a citar con autoridad y aplomo al sabio Sylvester Stallone, cuyos razonamientos tan profunda impresión me causaran un día al leer un Hola en la peluquería. La historia es la siguiente: un entrevistador le preguntaba al conocido actor, que había invertido parte de su fortuna en una colección de arte, acerca de sus criterios a la hora de realizar sus compras. La decidida respuesta de Rambo fue que, si un cuadro llamaba su atención, se preguntaba inmediatamente si él mismo habría sido capaz de pintar algo parecido. Si la respuesta era negativa, es que era bueno.

Pues bien, puesto que yo jamás podría posar tan flemática, elegantemente y sin despeinarme con dos enormes elefantes a mis espaldas, y uno de ellos susurrándome en la nuca, es que la foto es buena. Y ello justifica mi inversión artística y mi exquisito gusto y no hay nada más que decir.

martes, 21 de septiembre de 2010

Verano en la isla de Wight

Una playa de guijarros y multitud de pequeñas embarcaciones balanceándose suavemente en un mar grisáceo, niños jugando en las rocas, provistos de cubo, sedal y trocitos de bacon para atraer a golosos cangrejos mientras adultos vigilantes los contemplan a distancia y apuran los últimos rayos de un sol que no calienta.

En el horizonte asoma borrosamente la silueta de la ciudad de Portsmouth, a la que desde la orilla rinden patriótico saludo ondeantes banderas en cada casa, todo ello a modo de recordatorio para el incauto visitante de que este extraño enclave, bastión defensivo contra temibles armadas invencibles, guarda celosamente las esencias irreductibles del imperio británico.

lunes, 5 de julio de 2010

Lecturas recientes: Evelyn Waugh

Crónica de una cena entre amigos: un viejo compañero de la universidad sostiene que a los veinte años yo estaba fascinada por la serie Retorno a Brideshead y no hablaba de otra cosa. Yo me vengué implacable sacando a relucir su juvenil propensión a visionarias y profundísimas disquisiciones sobre si Leningrado volvería a llamarse alguna vez San Petersburgo. De lo que ambos nos acordábamos perfectamente, con gran regocijo retrospectivo, era del delirante festorro que a mi amigo se le ocurrió organizar en casa de un bondadoso pariente (lo que puede dar de sí la residencia de un notario, doy fe) y al que concurrieron todo tipo de remarcables invitados cuidadosamente seleccionados por el alegre y excéntrico anfitrión según su especial sensibilidad histórico-estética.

Entre ellos destacaban un enigmático profesor de origen ruso al que atribuíamos, fundadamente o no, la aureola de una misteriosa ascendencia de emigrados de la revolución bolchevique, así como un estudiante con bigotes dalinianos que me fue presentado con toda formalidad como caballero templario, de la orden de Malta o algo igualmente rimbombante y exótico. El memorable evento produjo momentos dignos de la película "Desayuno con Diamantes", lo que por sí mismo bastó para justificar los cinco años de carrera, en la que no aprendimos absolutamente nada o bien poca cosa.

Acabada la cena y dada buena cuenta, entre cuatro, de un par de buenas botellas de vino, mi amigo concluyó con cómica solemnidad que fuimos "una generación digna". Me pareció inapropiado contradecirle y esgrimir posibles argumentos alternativos considerando comparativamente estos tiempos, si no de cólera, de piercing y chanclas, que también incitan a ella.

Después de todo, aun sin poder afirmar que cualquier tiempo pasado fuera definitivamente mejor, no seré yo quien descarte la aciaga posibilidad de que cualquier tiempo futuro pueda llegar a ser indubitadamente peor.

Después de este encuentro nostálgico evocador del divino tesoro de juventud se imponía la relectura de Evelyn Waugh y pasar una buena temporada degustando calmadamente su melancólico humor negro, empezando con Brideshead Revisited para apurar después la contundente y ponzoñosa sobredosis de A Handful of Dust.

Para los que aprecien también la obra de Evelyn Waugh, incluyo un par de links que me han parecido interesantes.

http://http//www.catholicauthors.com/waugh.html

http://http//www.theatlantic.com/past/docs/issues/54oct/rolo.htm












viernes, 28 de mayo de 2010

Sin palabras

Y he aquí el tercer movimiento. Quizás en otra vida.

http://www.youtube.com/watch?v=OLKjazQjqi0

domingo, 23 de mayo de 2010

Atascada en el claro de luna o mi lucha con Beethoven

http://www.youtube.com/watch?v=O6txOvK-mAk&feature=related

Lo que yo veo en este vídeo es una incitación al pacto fáustico. Mi corazón sangra. Y duele de verdad. Miro mis manos y me siento igual que Lady Macbeth, muy culpable. Tengo dos opciones: una se basa en cierto pasaje bíblico y la otra es hacerme la manicura. Elijo la segunda.

lunes, 5 de abril de 2010

James Bond en Versalles

De nuevo he sobrevivido a una peligrosa misión internacional, consistente en un viaje a París con escala obligada de un día en Disneyland. Para compensar la tortura del empalagoso ritual "mundo feliz" al que había que sucumbir para hacer realidad el sueño infantil de ver la Torre Eiffel y, simultáneamente o justo después, saludar al Pato Donald, se planificaron asimismo con precisión científico-militar y determinación napoleónica otras dos expediciones: una al Louvre y otra a Versalles.

En la era del turismo masivo las colas son interminables en todas partes. Esta realidad deprimente tiene como contrapartida la ventaja de ayudar a infundir en los niños con cierta crueldad maquiavélica la subversiva idea de que un día en Disneyland es mucho más que suficiente para toda una vida y que, puestos a hacer tres cuartos de hora de cola para cada atracción, el parque del Tibidabo no sólo resulta menos caro y queda más cerca sino que en París hay muchas otras cosas interesantes. Y que, entre ellas, no hay diversión como admirar de cerca la Mona Lisa, visitar el palacio del rey Sol y poder contarlo luego a los amiguitos del cole.

Dentro de las restricciones habituales, la visita al Louvre fue bastante bien y hasta quedé gratamente sorprendida por la posibilidad de apreciar con cierta calma y detalle la Belle Ferronière y la Virgen de las Rocas mientras el público se agolpaba masivamente en torno a la Mona Lisa, así como por haber podido recorrer en solitario una pequeña sala dedicada a retratos cortesanos de Clouet y aproximarme sin problemas a la escultura de Eros y Psique. La actual configuración del museo, que no había visitado de nuevo desde hacía muchos años, en cuatro sectores bien diferenciados y muy bien señalizados me pareció excelente si no fuera por el absurdísimo e inexplicable problema de la insuficiencia de lavabos en un espacio público tan concurrido.

Este ridículo inconveniente alcanza su punto culminante en Versalles, donde después de hora y media entre desplazamiento y cola para entrar y otro tanto de recorrido interior, la absoluta imposibilidad de realizar una parada técnica hizo temeraria cualquier tentativa de proseguir la visita por los maravillosos jardines y arrastrar a los niños hasta el Petit Trianon, como era mi objetivo. El domingo, ya en el aeropuerto y esperando el momento de embarcar, mi imaginación se desbocaba al leer en la portada del periódico Le Figaro la noticia del posible rodaje de una nueva película de James Bond con Versalles como fondo. No podía evitar pensar en irreverentes pero sofisticadísimos y discretos artilugios portátiles que M deberá facilitar esta vez a su agente secreto si quiere asegurar el éxito de su cometido.

viernes, 12 de marzo de 2010

La voix qui m'a tourné la tête


Descubrí al maravilloso tenor Juan Diego Flórez hace unos dos años, como consecuencia de un alocado viaje a Venecia durante la temporada de carnaval. La organización corría a cargo de unos amigos ingleses instalados desde hace años en Montecarlo, por lo que ya iba yo mentalizada para todo tipo de pruebas de valor y resistencia estoica, avisada además de que entre las actividades programadas estaba prevista la asistencia a un par de esas indescriptibles veladas musicales para turistas a las que es imprescindible acudir con indumentaria del siglo XVIII.

Aterrada ante la perspectiva de tener que recorrer toda Venecia en temporada alta para conseguir alquilar un traje, opté por buscarme la vida en e-bay con la suficiente antelación y salí dignamente del trance gracias a un eficiente sastre oriental que ofrece sus servicios en la red bajo el nombre comercial de Medieval Dressmaker y capaz de solucionar por precio razonable cualquier emergencia indumentaria que exija retroceder unos cuantos siglos.

El modelo adamascado en rosa Marie Antoinette wedding dress, disponible en tres tallas, me fue que ni pintado. Una buena peluca rematada con plumas de pavo y avestruz, un collar de perlas y un maquillaje pálido con acabado de polvo blanco suelto hicieron el resto.

En cuanto a opciones de moda masculina, el modelo Rococo Frock permite asimismo a los caballeros salir de apuros siempre y cuando se combine con calcetines de media claros o lilas. Nunca, como pude comprobar horrorizada tras inspeccionar a algunos concurrentes a tan fastuosos eventos, con calcetines blancos de algodón o de lana.

Superado el terror escénico que inicialmente se apoderó de mí, debo confesar que, una vez recibido el bautismo de fuego, podría adaptarme perfectamente a ir vestida siempre de este modo tan favorecedor, e incluso me atrevería a decir que cómodo, siempre y cuando uno no se vea obligado a utilizar transporte público.

El tema de una de las cenas a las que tuve que asistir de esta guisa era la ópera de Donizetti L’Elisir d’Amore. El esforzado tenor contratado para entretener a los desvergonzados turistas sin sentido del ridículo pasó un verdadero mal rato con la bellísima aria Una furtiva lágrima. Lo primero que hice al volver a la normalidad fue rastrear youtube para decidir cuál sería mi versión ideal de esta pieza e inmediatamente supe que mi intérprete operístico preferido a partir de ese momento iba a ser el elegantísimo tenor peruano Juan Diego Flórez. No es quizás la voz más potente pero es sin lugar a dudas la más hermosa y con más matices, para mi gusto. Y si Pavarotti le ha designado sucesor, no hay nada más que decir.

El miércoles puede admirar en directo a mi ídolo en el Liceu de Barcelona. Interpretó brillantemente el papel de Tonio en La fille du régiment, ante un público entregado.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Música para morirse

De puro placer. Réquiem, Op.48, de Gabriel Fauré. Puede encargarse directamente en naxos.
http://www.naxos.com/catalogue/item.asp?item_code=8.550765

He aquí una puerta de entrada al paraíso vía youtube.
http://www.youtube.com/watch?v=lIQTlxaC_Zc

miércoles, 6 de enero de 2010

Invierno en Bath

Había visitado Bath en una ocasión hace muchos años, durante unas vacaciones estudiantiles de verano. En esa época mis conocimientos sobre literatura e historia del período de regencia eran más bien escasos, por lo que no pude hacerme una gran idea del sitio. Recordaba la piscina termal romana pero no la elegancia arquitectónica de la ciudad en su conjunto. Esta vez he disfrutado más de mi estancia y he podido hacerme una idea más ajustada de lo que habría podido experimentar la propia Jane Austen o la heroína de su novela Northanger Abbey, Catherine Morland:

“They arrived at Bath. Catherine was all eager delight—her eyes were here, there, everywhere, as they approached its fine and striking environs, and afterwards drove through those streets which conducted them to the hotel. She was come to be happy, and she felt happy already.
They were soon settled in comfortable lodgings in Pulteney Street.”


No habría podido pedir más. Sin haber pretendido ninguna emulación novelesca me encontraba también confortablemente instalada en un encantador hotelito familiar en la mismísima Pulteney Street, una amplia calle con dos hileras de señoriales casas de piedra, con sótano, planta baja y tres pisos y muy convenientemente situada para desplazarse a pie por la ciudad. Situada a muy poca distancia del centro, tras un agradable paseo de apenas cinco minutos se llegaba a la catedral y a las termas cruzando un puente de aire veneciano, lleno de tiendecitas, bajo el cual fluía caudaloso el río Avon. El frío era intenso y me daba la impresión de encontrarme en una estación de esquí. Afortunadamente, íbamos todos bien equipados con ropa de mucho abrigo, sombreros y guantes, pues este invierno en Inglaterra está siendo uno de los más duros que se recuerdan en mucho tiempo (ahora mismo parece ser que están a veinte grados bajo cero en algunas zonas) e incluso se esperan tormentas de nieve en los próximas días.


A pesar de las limitaciones propias de una escapada de dos días y con niños, el resultado ha sido más que satisfactorio: visitamos las termas, tomamos agua en el "pump room", subimos a la torre de la catedral, aprendimos casi todo sobre las campanas y el arte de hacerlas repicar, admiramos la imponente fachada curva del "royal crescent" o grupo de casas más distinguidas de la ciudad y aún hubo tiempo para curiosear en algunas tiendas de libros viejos. Queda para otra ocasión la visita al museo Holburne, que al parecer alberga una interesante colección privada de pintura y escultura pero que no pudimos visitar ya que estaba cerrado por obras.