martes, 27 de febrero de 2007

El diván de Freud















Navegando por ahí en busca de imágenes de libre disposición he encontrado en la web commons.wikimedia.org este acogedor saloncito, que no es una propuesta decorativa cualquiera sino que contiene el mismísimo diván de Sigmund Freud. Se encuentra en la casa, actualmente museo, que constituyó su residencia en Londres, en el barrio de Hampstead: Freud Museum, 20 Maresfield Gardens, London NW3 5SX.

La web del museo informa, entre otras cosas, acerca de la posibilidad de alquilar sus estancias para fiestas y otros eventos://www.freud.org.uk/.

sábado, 3 de febrero de 2007

La habitación de Einstein

Al escribir su famoso ensayo reclamando modestamente el derecho a una “habitación propia”, Virginia Woolf hubiera debido reivindicar también el servicio de habitaciones. Algo tan evidente no había escapado a la sagacidad de Albert Einstein, quien se lo dejó muy claro y por escrito a su esposa, Mileva Einstein-Maric, en una famosa carta que data de 1914 y que alcanzó hace algunos años un precio de remate millonario en pública subasta. Su contenido no es para menos:

“ A) Tendrás que encargarte de que:

1. Mi ropa esté siempre en orden.
2. Se me sirvan tres comidas diarias en mi cuarto.
3. Mi dormitorio y mi estudio estén siempre en orden y de que nadie toque mi escritorio.

B) Debes renunciar a todo tipo de relaciones personales conmigo, con excepción de aquéllas requeridas para el mantenimiento de las apariencias sociales. No debes pedir que:

1. Me siente contigo en casa.
2. Salga contigo o te lleve de viaje.

C) Debes comprometerte específicamente a observar los siguientes puntos:

1. No debes esperar afecto de mi parte y no me reprocharás por ello.
2. Debes responder inmediatamente cuando te dirija la palabra.
3. Debes abandonar mi dormitorio y mi estudio en el acto.
4. Prometerás no denigrarme cuando así te lo demande yo ante mis hijos, ya sea de palabra o de obra.”

Podría argumentarse que semejante consideración de la esposa como sirviente y felpudo era algo desgraciadamente todavía asumido como más o menos normal a principios del siglo XX si no fuera por el pequeño detalle de que la esposa de Albert Einstein, la serbia Mileva Maric no era una esposa cualquiera sino una científica que en alguna medida posiblemente contribuyó al desarrollo de los trabajos de su marido. De hecho, la existencia de indicios que apuntan a que el peso de dicha contribución podría haber sido sustancial ha dado incluso lugar a una polémica acerca de una posible coautoría Einstein-Maric sobre la que la comunidad científica no acaba de ponerse de acuerdo.

En cualquier caso, está claro que la carrera de Mileva quedó relegada a un segundo plano desde el momento en que, siendo ambos estudiantes y estando ella a punto de realizar su examen de doctorado, tuvo que afrontar las consecuencias de sus relaciones prematrimoniales con Albert: un imprevisto embarazo del que nació una hija de cuyo destino se sabe poco puesto que, entre los papeles de la pareja se echa en falta precisamente documentación y correspondencia de esas fechas.

Tras su matrimonio en 1903 nacerían otros dos hijos. El último de ellos, al que se le manifestaría más tarde esquizofrenia y al que Mileva tuvo que cuidar toda su vida, en 1910. La correspondencia y otros documentos relativos a la pareja evidencian trágicamente el doloroso proceso de deterioro de su relación, descompensada por la desigualdad de expectativas de realización personal: desde las primeras cartas de amor de los tiempos de noviazgo, en las que Einstein expresa gran admiración por la capacidad intelectual de su esposa hasta el sorprendente y crudo ultimátum sobre organización doméstica. Desgraciadamente para Mileva, que no quería el divorcio, su sacrificio al asumir unilateralmente las obligaciones familiares y del hogar sirvió únicamente para allanar el camino del genio, pero no para impedir que éste la abandonase.

Una interesante y amena aproximación a la que fuera primera esposa de Einstein: “Mileva Einstein-Maric, ¿Por qué en la sombra?”, libro publicado recientemente por la editorial Eneida y cuya autora es Esther Rubio Hérraez, doctora en ciencias químicas y profesora de física y química.