lunes, 11 de febrero de 2008

Tras las huellas de Lord Byron (II)

Queda atrás el verano, pronto acabará el invierno y no he conseguido todavía descifrar del todo a mi enigmático personaje, aunque su seductora voz me llega clara y locuazmente a través de los diarios y cartas, de tan grata lectura. Es perfectamente comprensible para mí que Virginia Woolf declarase su enamoramiento del poeta, pues es difícil no sucumbir a su influjo y cuenta en mí con una nueva víctima.

¿Qué debió pasar exactamente entre Lord Byron y su esposa, Annabella Milbanke, para que esta última abandonase abruptamente el domicilio conyugal pocas semanas después de haber dado a luz a su única hija legítima y cuando había transcurrido apenas un año de vida en común? ¿Por qué una anodina separación matrimonial llegó a causar tanto escándalo? En cualquier caso hay un hecho incontrovertible: a Lord Byron, con mayor o menor motivo, su mujer le dejó contundentemente plantado, llevándose consigo a la niña y presentando una virulenta batalla legal preventiva contra la que el poeta renunció a defenderse eficazmente -o al menos con todas las armas a su alcance- ya fuera por desidia, temor a las consecuencias jurídicas para sí u otras personas, quizás por abrigar terribles sentimientos de culpabilidad o acaso por un exceso de timidez y falta de seguridad en sí mismo para enfrentarse a todo un influyente grupo social que parecía haberse confabulado para excluirle.

Desgraciadamente, no nos es dado conocer la propia versión de Lord Byron ya que sus memorias fueron destruidas tras su muerte. Aun cuando probablemente fueran ciertas las alegaciones de incesto con su hermanastra, Augusta Leigh, difundidas varias décadas después por la escritora americana Harriet Beecher Stowe en su infumable panfleto “Lady Byron Vindicated”, los hechos se habrían producido puntualmente y con anterioridad al matrimonio con Annabella, por lo que pierden peso como causa única o principal de las desavenencias del matrimonio. De hecho, de la correspondencia de Annabella se infiere una personalidad egocéntrica, caprichosa, pagada de sí misma y totalmente carente de sentido del humor. Aunque ello no justificaría el comportamiento irracional de Lord Byron durante el matrimonio –todo apunta a que estuviera padeciendo un desarreglo maníaco-depresivo- de lo que no me queda duda alguna es de que la desventurada unión matrimonial tuvo lugar entre dos personas absolutamente incompatibles.

Complejo personaje, Lord Byron, tierno y cruel, capaz de simultanear sus aventuras venecianas con el estudio aplicado de la gramática del armenio en el Monasterio de San Lázaro… Siguiendo sus pasos me embarqué hace una semana en un delirante carnaval veneciano, que he disfrutado enormemente. Queda pendiente sin embargo mi proyectada excursión al monasterio, que no tuve tiempo de realizar, la excusa perfecta para volver a Venecia tan pronto sea posible.