miércoles, 6 de enero de 2010

Invierno en Bath

Había visitado Bath en una ocasión hace muchos años, durante unas vacaciones estudiantiles de verano. En esa época mis conocimientos sobre literatura e historia del período de regencia eran más bien escasos, por lo que no pude hacerme una gran idea del sitio. Recordaba la piscina termal romana pero no la elegancia arquitectónica de la ciudad en su conjunto. Esta vez he disfrutado más de mi estancia y he podido hacerme una idea más ajustada de lo que habría podido experimentar la propia Jane Austen o la heroína de su novela Northanger Abbey, Catherine Morland:

“They arrived at Bath. Catherine was all eager delight—her eyes were here, there, everywhere, as they approached its fine and striking environs, and afterwards drove through those streets which conducted them to the hotel. She was come to be happy, and she felt happy already.
They were soon settled in comfortable lodgings in Pulteney Street.”


No habría podido pedir más. Sin haber pretendido ninguna emulación novelesca me encontraba también confortablemente instalada en un encantador hotelito familiar en la mismísima Pulteney Street, una amplia calle con dos hileras de señoriales casas de piedra, con sótano, planta baja y tres pisos y muy convenientemente situada para desplazarse a pie por la ciudad. Situada a muy poca distancia del centro, tras un agradable paseo de apenas cinco minutos se llegaba a la catedral y a las termas cruzando un puente de aire veneciano, lleno de tiendecitas, bajo el cual fluía caudaloso el río Avon. El frío era intenso y me daba la impresión de encontrarme en una estación de esquí. Afortunadamente, íbamos todos bien equipados con ropa de mucho abrigo, sombreros y guantes, pues este invierno en Inglaterra está siendo uno de los más duros que se recuerdan en mucho tiempo (ahora mismo parece ser que están a veinte grados bajo cero en algunas zonas) e incluso se esperan tormentas de nieve en los próximas días.


A pesar de las limitaciones propias de una escapada de dos días y con niños, el resultado ha sido más que satisfactorio: visitamos las termas, tomamos agua en el "pump room", subimos a la torre de la catedral, aprendimos casi todo sobre las campanas y el arte de hacerlas repicar, admiramos la imponente fachada curva del "royal crescent" o grupo de casas más distinguidas de la ciudad y aún hubo tiempo para curiosear en algunas tiendas de libros viejos. Queda para otra ocasión la visita al museo Holburne, que al parecer alberga una interesante colección privada de pintura y escultura pero que no pudimos visitar ya que estaba cerrado por obras.