viernes, 1 de mayo de 2009

Lecturas: Felix Holt, de George Eliot


En una de mis últimas incursiones por e-bay no he podido sustraerme a la tentación de adquirir una edición antigua de siete hermosos volúmenes de las novelas de George Eliot. La obra de la autora, muy dada a digresiones filosóficas y puntillosos razonamientos, no es de lectura fácil y hasta la fecha sólo había conseguido sumergirme a fondo en una sola de sus novelas, Middlemarch, con cuyo argumento me había familiarizado previamente gracias a la impecable adaptación para la televisión promovida por la BBC hace algunos años. Es una serie actualmente disponible en DVD y que recomiendo con el mayor entusiasmo, pues creo sinceramente que pocas veces se ha logrado una selección de actores tan magnífica para cada uno de los personajes.

Si Middlemarch es una obra maestra indiscutible, que expone con tremenda lucidez el conflicto a menudo insuperable entre las circunstancias personales, sociales y la realización de los proyectos vitales -la imposibilidad de controlar con precisión las múltiples facetas del destino- la historia de Felix Holt es un precedente que gira alrededor de una temática similar, aunque no alcanza la perfección de Middlemarch.

Entre otras cosas, a mi modo de ver, quizás porque en Felix Holt la decisión del personaje femenino central de renunciar a una existencia confortable para adaptarse a la obstinada forma de vida de un reformador político al que considera moralmente superior y al que admira en exceso, a pesar de sus evidentes rasgos de fanatismo, se me antoja demasiado forzada. Y quizás también porque en Middlemarch, el personaje masculino principal, Tertius Lydgate, a diferencia de Felix Holt, no me inspira repelencia alguna sino todo lo contrario. A diferencia de Felix, los ideales de Tertius no son tanto de reforma social y política ni giran estrictamente sobre confrontaciones de clase, sino que son más bien de carácter profesional y científico, pues ha recibido una educación mucho más elevada y es un perfecto caballero. Y ésta acaba siendo finalmente su tragedia, mientras que en Felix Holt la situación se plantea más bien a la inversa.

En fin, que mi innato pragmatismo me impide identificarme con las mujeres que, como Esther Lyon, víctima de un espejismo afectivo hacia el radical Felix Holt y con otras interesantes alternativas ante sí en absoluto desagradables, deciden renunciar a lo que les convendría en mayor o menor medida y optan ciegamente por complicarse la vida sometiéndose a la tiranía de un individuo difícil, desabrido, con complejos de inferioridad social e ínfulas de mentor y convencido de estar en posesión de la verdad.

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