jueves, 5 de noviembre de 2009

Polonesa Fantasía

En El Último Encuentro, una novela de Sándor Márai ambientada en un castillo de los Cárpatos, la pasión por el piano del personaje femenino principal es tan absorbente que de algún modo la compensa de cualquier carencia o frustración y de su aislamiento. Me llamó poderosamente la atención en su momento y me hizo pensar automáticamente y sin pararme a reflexionar demasiado que, si yo hubiera nacido en el siglo XIX, no precisamente en un castillo de los Cárpatos, pero en cualquier entorno más o menos acomodado y con todo el tiempo del mundo a mi disposición, también habría podido perfectamente pasarme la vida tocando el piano, ajena por completo a estúpidas guerras napoleónicas, revoluciones varias y aburridas rivalidades franco-prusianas o ruso-japonesas. Llegar al estado de poder arrancarle algo de música a este instrumento es una sensación tan placentera que, en tanto pueda disfrutar de esta actividad, desafine o no, así se hunda el mundo y se resignen los pobres vecinos cuando se apodera de mí el frenesí del “après moi le déluge” pianístico.

No tengo todavía todo el tiempo del mundo a mi disposición y probablemente no lo consiga nunca, pero sí he podido, tras mucho esfuerzo, dejar atrás esos “años oscuros” en los que todas mis horas parecían destinadas al sacrificio en la hoguera de las vanidades de alguna colonia local subsidiaria de los adalides del capitalismo salvaje. Tras la hoguera vino la difícil travesía del desierto y, finalmente, el espacio propio conquistado palmo a palmo o, más precisamente, el tiempo libre anhelado: una especie de manumisión parcial.

Y en esta aún recientemente descubierta condición de semilibertad, tocar el piano, al igual que disponer de más ocio para la lectura, son placeres a los que ya no podría renunciar para dedicar más atención a actividades utilitarias conveniente o incluso generosamente remuneradas, sino en caso de extrema necesidad. Atrás quedan para siempre los excesos productivos de las décadas de los ochenta y noventa y todas las miserias de la competencia y la lucha por la igualdad en entornos decididamente hostiles, basados en la perpetuación de un sistema filisteo de productividad descarnada e insulsa capaz únicamente de tasar el precio del tiempo y que ignora por completo su valor.

Nunca tuve intención de pasar a engrosar la pintoresca lista de ricos, famosos o fracasados sentimentales del cementerio y, si alguna vez tuve algo de ambición profesional, su importancia se ha ido diluyendo en favor de una ambición estrictamente personal: la conquista de mi propio tiempo. Quizás algún día consiga también tocar la Polonesa Fantasía de Chopin, quién sabe… He aquí la ruta de acceso a una magnífica interpretación del pianista italiano Roberto Poli, cuya estupenda página web www.roberto-poli.com he descubierto hace poco.

http://www.youtube.com/watch?v=XF1s_ie1K9s

1 comentario:

Fuensanta Niñirola dijo...

Bueno, la verdad es que descubrí a Sandor Marai en El último encuentro, y sin embargo lo que menos me llamó la atención es la polonesa de Chopin; también a mi me gustaría saber tocar el piano pero eso ya lo doy por perdido a mi edad. Por todo lo que comentas en esta entrada, deduzco que tu edad se parece a la mía porque yo también podría decir algo semejante. Chopin no es un músico que escucho habitualmente; me inclino más hacia la música barroca y menos melancólica. de todas formas, tur reflexiones me parecen muy interesantes.